Lo reconozco. La puntualidad no
es lo mío. Llegar a la hora a los sitios no se encuentra en la lista de mis
virtudes. No es que le tenga especial manía a la puntualidad, simplemente no
nos llevamos demasiado bien.
Lo cierto es que la puntualidad
es un signo de cortesía. Y no es que me esté llamando descortés, no iba a echar
yo piedras sobre mi propio tejado... No, no. Sólo digo que ser puntual es una importante
tradición cultural y si no que se lo digan a los ingleses y su té de las 5...
Pero, a pesar de todo esto, se me
hace muy difícil llegar a los sitios a la hora. Lo intento, pero siempre ocurre
algo que me hace llegar tarde. Me viene a la mente el típico consejo de
madre en estas situaciones: "si te
levantaras antes llegarías puntual". ERROR. Lo he probado, no funciona
y, además, produce mucho sueño.
Pues bien, ante la imposibilidad
de hallar una solución a mi problema, traté de buscar un buen argumento para explicar
mi mala relación con la puntualidad.
Pero no encontraba ninguno que fuera lo suficientemente fuerte. De repente, un
día mientras leía un libro... ¡Lo encontré! He aquí el mejor argumento para
defender el derecho a la impuntualidad...
En estas siete líneas, Holden Caulfield,
el protagonista de El guardián entre el
centeno (J. D. Salinger) consigue encontrar ese argumento clave.
En primer lugar, aunque la chica
a la que esperaba llega tarde, le dice que no. Es decir, realiza un acto de
cortesía positiva, ya que disminuye lo negativo del otro. Aunque la chica ha
llegado tarde, Holden le dice que no. Su respuesta habría sido algo así:
-
¿Llego tarde?
-
¡Qué va! Sólo he esperado unos minutitos, pero no pasa nada, con el tráfico que hay es normal que
te haya costado llegar...
La chica sí llegaba tarde, pero
para qué disgustarla diciéndole que era cierto... La cortesía ante todo.
En segundo lugar, el protagonista
utiliza muy bien los conectores argumentativos. Primero emplea aunque, conector que da menos fuera a su
argumentación, y justo después utiliza pero,
que da más fuerza porque anula lo anterior. "Pero no
me importaba", esto anula el contraargumento anterior: ha llegado tarde,
pero no me importa. Perfecto.
En tercer lugar, utiliza un
ejemplo: los chistes del Saturday Evening
Post y dice que "son tonterías", pero no se queda ahí. Su
argumento final es el mejor: utiliza una oración condicional para,
posteriormente, lanzar una pregunta retórica. Esta pregunta retórica es una
buena estrategia en la argumentación y da fuerza, por eso la deja para el
final. Para terminar, emplea un último argumento para mostrar que, aunque la
chica ha llegado tarde, la espera ha merecido la pena.
Y así concluye esa argumentación
que tanto me costó encontrar para "justificar" la impuntualidad o la falta de puntualidad, que suena como menos grave. En definitiva, la
conclusión es que si esperas a alguien a quien quieres, ¿qué más da la hora? ¡Lo
importante es que llegue!
Ariadna Cañaveras
PD: este comentario podría dañar
la sensibilidad de las personas puntuales. En ese caso, es mejor tomárselo con
humor...
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